lunes, 21 de julio de 2008

Unas flores antes de partir

Hola tio
Aqui estoy pintando mi cuarto igual que tu "" (escribiendo con la mano izquierda je je!) stos lencis pensando siempre igual que usted "MAESTRO" y siguiendo sus enseñanzas como fastidiar a la gente, hacer travesuras sin que uno se entere, como sacar de sus casillas a los abuelitos etc, etc. Gracias x tus enseñanzas y no te preocupes esto será transmitido a mis hijos nietos bisnietos es Ud. una religión y serán bien guardadas estas sabias enseñanzas preparando un libro de memorias que se llamara: "las 1000 y una lenciadas" autor: Antonio Chusho en memoria de Ud. (Mahoma y Laotse le quedan chiquitos) con cariño a usted maestro, idolo, jefe, venerable emperador de lencilandia!!!! Su sucesora y fiel sirviente.
Nancy

(reverso en hojita de agenda) Para : "el Maestro"
De: de su sucesora nancita "" (firma)

Esta nota es una gran enseñanza para quien la lea, pues proviene de alguien que se pasó los enteros 19 años de su trajín por este mundo buscando un amor que sus padres y entorno sistemáticamente le negaron.
Le pido perdón a esta virgen de la vida (la jueza que levantó su cadaver testificó que aún físicamente lo era), pues yo también fui parte de su ambiente, pero no supe interpretar su búsqueda desesperada de eso que ni ella misma supo qué era: comprensión.

lunes, 7 de julio de 2008

La Hora

"¿Qué hora tiene, por favor?" La inocente pregunta que puede ser la más incómoda de recibir.




Todos corren, incluido el interrogado, pero éste hace ya diez minutos que debía estar en su escritorio atendiendo a la cada vez más larga cola de gente joven para recavar formularios de solicitud de trabajo. La pregunta para este oficinista sabe a acusación.




El policía de la esquina también es interpelado con la misma pregunta, que esta vez, sabe a complicidad, pues le distraerá de leer al vuelo ese número de placa que se acaba de pasar la fracción de pulgada del lado verde del semáforo. Algo así como ese estornudo que pone en vuelo a la inocente avecilla a punto de caer en las garras del depredador.




El cirujano junto al quirófano, bisturí en mano y luces encendidas, penosamente ubicando el punto exacto de la punción. Tenía que llegar la pregunta inoportuna. Ahora, tiene que empezar todo de cero, incluida la concentración y la santiguada de la buena suerte.



El enamorado con el ramo de flores humedecidas por el rocío del calor de la mano. Él siente la puerta a punto de abrirse en cualquier fracción de segundo, y justamente allí, como una explosión en el silencio más intenso de su vida, se escucha la inoportuna pregunta: ¿Qué hora tiene, por favor? "¿Y si no es ésta la hora de la cita? ¿Y si sale el papá o el hermano major en vez de ella?" Para el caso, es lo mismo. Él siente como si cada uno de estos dos, en secreto, hubiera jurado su muerte esta misma noche, antes del amanecer ".



El niño estrenando su reloj digital, al que mira y remira, aunque no sabe ni qué es una hora, o cómo es que ese juguete especial se relaciona con el tiempo. La pregunta, igualmente, incomoda y perturba al interpelado. ¿I qué sabe él qué hora es? ¿Y, qué diferencia hace después de todo? "Como siempre, los adultos haciendo preguntas sin sentido".



El anciano que, a sus posibilidades, se apresura para no llegar tarde a una cita no concertada. No debe variar el paso, no debe perder el ritmo, debe guardar la compostura sólo propia de sus años. Pero una pregunta de ese calibre y en esas precisas circunstancias, hasta al santo haría pecar. "¿Jovencito, para qué necesitaría yo un reloj en estos tiempos en que todo está medido y controlado por computadoras? ¿Hace acaso diferencia alguna que yo tenga las cinco, cuando la hora oficial dice cinco y cinco?"




El esposo que acaba de ser sorprendido, torpemente, fijando la mirada en la jovecita de la vereda del frete, mientras pende de su brazo la mano experta en pellizcones furtivos pero disuasivos. "Qué hora tiene, por favor?" suena tan hueco y fuera de lugar en un momento en que a lo mejor hubiera podido salir ganando por partida doble: el líbido de una mirada y el orgullo de llevar del brazo a la digna esposa.




Mejor hubiera sido levantar la mirada al reloj de la añosa torre de la iglesia. Por semanas y hasta meses ha venido repitiendo tercamente: cinco y cinco, a cualquier hora del día o de la noche.




"¿Qué hora es?" ¿Y qué más da? Total, al reloj de la plaza no le interesa el tema, al oficinista ni siquiera le ha incomodado saber la respuesta exacta. Al tiempo mismo no le interesa que lo midamos, o que lo respetemos, o que lo ... olvidemos.































































































El esposo que acaba de notar que, torpemente,